Tradiciones Navideñas
Siempre en todas las comunidades hay una persona que toma la decisión o
la misión de llevar a los niños a tomar alguna clase bíblica o
catecismo para que aprendan de la palabra de DIOS.
Muchos padres que ya no asisten a misas o cultos pero creen en DIOS
permiten que esta persona lleve a su niño a coger clases y tratar de
que aprendan de DIOS y de valores morales. La responsabilidad es de
los padres, pero vivimos en un ritmo de vida tan avanzada que muchas
veces las enseñanzas de esto no es una prioridad en la vida de los
padres de estos niños o jóvenes.
Estamos cerca de la navidad y empiezan los anuncios en las clases
bíblicas de las diferentes fechas y actividades navideñas. Se habla
del acostumbrado dramita donde José y María tiene que salir huyendo
para que ella después termine pariendo en un granero entre ovejas y
vacas al niñito Jesús.
Ahora venia la difícil tarea de escoger quien iba hacer el papel de
José, María, Los tres Reyes Magos. Las ovejas y las vacas y el resto
de los niños serian los pastores y pastoras.
Rebecca era una niña nacida y criada en los Estados Unidos. Tenía
como once años y sus padres tomaron la decisión de regresar a Puerto
Rico a comprar casa y quedarse a vivir en la isla.
A pesar de su corta edad había aprendido a vivir en un país que
después del Año Nuevo se botaba el árbol de navidad y se acabaron
las fiestas. No era como en la isla que después del Año Nuevo venían
Los Tres Reyes Magos y hasta las octavitas. Todo esto era nuevo para
ella.
Como siempre todas las niñas querían ser la mama de Jesús. Se
repartieron los diferentes personajes bíblicos y a Rebecca le toco
ser una pastora de oveja. En su mente ella había visto en la
televisión lo que una pastora parecía. Tenía una falda larga y vieja,
blusa usada y un poco despintada. Lo mejor del vestuario era un
pañuelo para cubrir su cabeza del sol mientras pastoreaba a las
ovejas por los montes. Zapatos viejos y sucios. Su vara para dirigir
las ovejas por el camino debía ser larga y de madera rustica. Su
perfume “Ovejet”. Eso para Rebecca significaba mal olor. Ya ella
había estado en un zoológico y la peste que salía de esta ovejita no
era de flores.
Rebecca siempre fue una niña independiente y se sintió que la
situación del vestuario de pastora iba a ser un quitao. Tanto era
así que ni siquiera se molesto en consultar a su mama y ella misma
poco a poco fue reuniendo su vestuario según su versión. Le pidió a
su hermano mayor que por favor le hiciera una vara y el consiguió
un palo por algún patio. Lo limpio y lo alijo para que una astilla
no fuera a lastimar las manos de su hermana. ¡Perfecto! Ya tenía
todo. Solo había que esperar el gran día para impresionar a todos
esos padres y visitas que venían a ver esta obra de teatro.
Llego el gran día. Un domingo precioso, soleado y lleno de
entusiasmo. Rebecca se levanto temprano. Plancho su ropita la echo
en una bolsa y se vistió con ropa regular con la idea de cambiarse
en el baño y ponerse su vestuario de pastora. Su hermano que le hizo
la vara hizo el honor de cargar la vara hasta la iglesia y por el
camino de vez en cuando le daba un azote a Rebecca y le decía que
ella era una oveja mansa. Rebecca que tenia los nervios de punta
corría detrás del para ver si le podía dar un cantazo para que la
dejara tranquila.
Llegaron a la iglesia. Rebecca se metió en el baño y se cambio. Su
hermano le entrego su vara. Rebecca se sentía que su papel de
pastora la iba hacer famosa y que entre las visitas iba a ver
alguien famoso y de allí a Hollywood. Su imaginación siempre estaba
encendida.
¿Cuál sería su sorpresa? Todos los personajes estaban dentro del
salón y lucían preciosos. María tenía unos rizos perfectos que se le
salían del velo que estaba hecho de tela que parecía de seda. José
guapísimo. Los Tres Reyes Magos ni hablar. Sus vestuarios eran de
materiales finos y sus barbas parecían reales. ¿Quién encuentra un
peluche feo? Especialmente si eran de ovejas y vacas.
Ahora venia la peor parte, las pastoras de la isla de Puerto Rico
eran ricas. Nada como Rebecca se las habían imaginado. Pobres,
sufridas, sudando con olor a “Ovejet” y ropas sin color.
Todas las pastoras tenían rizos preciosos, nadie pero nadie tenía un
pañuelo desteñido sobre sus cabellos. Sus trajes eran de un material
sedoso y brilloso. Falda roja, blusa blanca de material fino y
llevaban un chaleco del mismo color de la falda. Todo tipo de
detalles para adornar el chaleco. Cintitas, campanitas y todo tipo
de cosa que luciera bien en el vestuario.
¡Sus varas pero que varas! Eran compradas. Estaban pulidas y
adornadas con cintas y cascabeles. Varas con sonidos a campanitas.
Las pastoras de Puerto Rico eran ricas, no eran como las pastoras de
Europa. ¡Pobres!
Cuando Rebecca entro al salón quiso salir corriendo. Todos miraron
tratando de figurar cual era su personaje. Hubieron sonrisas
discretas, otras ni se atrevían a mirar y me imagino que muchas
madres dirían donde estaba la mama de Rebecca. La personalidad
independiente de Rebecca dejo a su mama fuera de esta actividad.
Gran Error.
La persona encargada de sacar a los niños, noto la sorpresa de Rebecca y
su vergüenza. Rebecca cometió un error al no consultar a su mama. La
persona no la saco de la obra pero delicadamente la puso en la parte
de atrás del ensenario donde no era tan visible. Gracias DIOS.
Rebecca aprendió muchas cosas ese día. Su valentía. Su deseo era correr
y irse pero no lo hizo. Aprendió a consultar. Lo más bello que
aprendió fue que a pesar de que muchas veces quería matar a su
hermano mayor por lo molestoso que era cuando Rebecca salió, allí
estaba él. Esperándola.
Hasta unas lagrimas de pena le vio en sus ojos. En esos momentos su
abrazo valió un millón de dólares. Aprendí que a pesar de todo el la
amaba.
Se fueron para la casa y por todo el camino estuvo dándole a Rebecca con
la vara que él le había hecho. Como si Rebecca fuera una oveja. Ella
corriendo de atrás del tratando de alcanzarlo para pegarle. Lo que
es el amor…

*** Fin ***
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